domingo, 30 de noviembre de 2008

Abre puertas a patadas (Capítulo I)

Pasaron 10 años desde que se separaron. Eran muy chicos y habían decidido (no sé si es plural, pero prefiero pensarlo así) separarse, luego de dos años intrincados. Era lo mejor, mucho engaño y poco cuidado. Pero se querían, eso se veía.
Igual, adiós.
Los días comenzaron a sucederse.
Ella se fue, necesitaba dejar de una vez este pueblo desalmado y des-aromado. Cruzó las aguas y buscó novedades. Por suerte las encontró. Era otro idioma, el lugar de las fragancias la envolvía. Había encontrado más de un perfume, justo lo que precisaba. Y entre estos olores fue él quien se diferenció. Era distinto, la cuidaba, la mimaba…lo que ella había pretendido de aquel que se quedó estancado en el barrio, con el padre, con los amigos, pero en soledad. Él avanzó, claro, corsa bordeaux de por medio, el que le gustaba a ella. Casualidad o causalidad de ausencia. Pero no era gris, era bordeaux.
Si bien el océano los distanciaba, ella volvía. Una vez al año quizá, por la familia, por las abuelas, por las amigas, o por el sinsabor y sin-olor del suelo y del ambiente. Retornaba, pero no retrocedía.
El problema es que Argentina tenía su nombre, y la tentaba, y la mortificaba y la convertía en malvada. Porque lo engañaba, al bueno, al que la cuidaba. No era culpa masculina, tampoco era individual, así era. Sea quien fuese iba a ser cornudo, no había otra. Era el destino según ella. Y contra eso no hay traba posible, eso le había dicho al padre de su madre. Era inevitable.
La rueda giraba y giraba. Cumpleaños ausentes pero presentes a distancia. Recuerdos, imágenes e ilusiones que los unían.
Él nunca la reemplazó. Siempre estuvo solo. Una vez trató de hacerlo, pero no se lo creía. Yo tampoco. Se llamaba Loli, ja. No, esa soy yo, no podía cumplir dos roles. Estaba destinado al fracaso.
Mientras tanto, el perfume del otro ganaba terreno, hasta llegó a comprarlo. (…)