martes, 17 de marzo de 2009

Si pudiera amortizar tu desazón y mi fe

-No, esta vez es en serio. Es el último mensaje que le dejo en el contestador. Si no me llama mañana, lo borro de mi agenda para siempre. ¿Quién se ha creído?
*Ya no sé si creerte, lo dijiste tantas veces…
-¿Me estás diciendo mentirosa? Te digo que esta vez es distinto. No más, no más mensajes ni nada. ¡Qué se vaya con Lucifer de una buena vez!
*Ojalá así sea, todo tiene un límite, y ya no entiendo dónde está tu goce. ¿De verdad esto te interesa?

Justo ahí suena el teléfono. Era su mamá. ¡Cuántas horas al día imaginando sus líneas!
Curioso nunca llegar a ser lo que se pretende. Impotencia enmascarada en una sonrisa que se esboza con futuro arrepentimiento. ¿Siempre será así?
Intento hacerle creer que no, por ello insisto con el tema del placer.
Cuán paradójico resulta todo este embrollo que se escuda bajo la palabra amor, que involuntariamente asociamos a algo bonito, esperable y regocijante. Qué difícil justificar actitudes y abstinencias, porque todo resulta infinitamente refutable, y ante esto todo mi edificio de probables posibilidades colapsa. Y me quedo en silencio cuando me dice:

-¿Por qué me sucede a mí?
*No lo sé.
-Es la verdad, no creo en la predestinación, pero tampoco en el libre albedrío. Las cosas son, y punto. Y no han sido pensadas para mí.

Ante eso ya no sé qué contestar. Si me tomo unos segundos, hurgo en mí y recuerdo que creo y que existe. Que está ahí, a punto de…que es sólo cuestión de tiempo. Pero es algo que siento desde mis entrañas y que no puedo poner en la sucesión temporal de los sonidos. Eso la lastima, lo sé. Si tan solo pudiera obsequiarle mi fe…

viernes, 16 de enero de 2009

El retorno a la inocencia

En un intento por recuperar lo que perdí de mí, escupo lo que pienso, porque en este caso expulsar es sumar, agregar, ganar, y demás verbos que indiquen que es hora de volver a tener lo que en algún momento, sin querer, se me ha perdido.
Porque, a pesar de todo, acepto. Aunque quieran hacerme creer lo contrario, entiendo y acepto. Cansada de la manipulación al extremo, espero hoy estas líneas encierren algo que deseo permanezca encapsulado, el tiempo que sea necesario, hasta el fin de la era si lo merece.
Una vez, de muy chica, leí que alguien escribía: “(…) que no te importe lo que diga la gente, sólo cree en el destino (…)”. En estas aguas, si me dejan, pretendo sumergirme. Ya no más pensamientos nefastos, que no conducen a nada. No es facilismo, lejos estoy de pretenderme de esa estirpe. Pero cuento con la suerte de conocer un caso cercano, profundo y feliz, que me hace pensar que puedo dejarme llevar. Que si bien hay que ayudar un poco al destino, no hay que forzarlo, para nada, ni para perder.
Entonces, lo dejo, porque me pesa mucho ya cargarlo, y espero pronto me deje, así navego en paz de una buena vez. Pero no lo hago fácil, sino productivo. Y le pido perdón por ser diferente. Porque no tuve la culpa, aunque pretenda culparme.
Es tiempo de reivindicarme, no voy a exteriorizarlo todo, pero aquí lo represento en su completitud. Es momento de recuperarme, es hora de retornar a la inocencia.

domingo, 30 de noviembre de 2008

Abre puertas a patadas (Capítulo I)

Pasaron 10 años desde que se separaron. Eran muy chicos y habían decidido (no sé si es plural, pero prefiero pensarlo así) separarse, luego de dos años intrincados. Era lo mejor, mucho engaño y poco cuidado. Pero se querían, eso se veía.
Igual, adiós.
Los días comenzaron a sucederse.
Ella se fue, necesitaba dejar de una vez este pueblo desalmado y des-aromado. Cruzó las aguas y buscó novedades. Por suerte las encontró. Era otro idioma, el lugar de las fragancias la envolvía. Había encontrado más de un perfume, justo lo que precisaba. Y entre estos olores fue él quien se diferenció. Era distinto, la cuidaba, la mimaba…lo que ella había pretendido de aquel que se quedó estancado en el barrio, con el padre, con los amigos, pero en soledad. Él avanzó, claro, corsa bordeaux de por medio, el que le gustaba a ella. Casualidad o causalidad de ausencia. Pero no era gris, era bordeaux.
Si bien el océano los distanciaba, ella volvía. Una vez al año quizá, por la familia, por las abuelas, por las amigas, o por el sinsabor y sin-olor del suelo y del ambiente. Retornaba, pero no retrocedía.
El problema es que Argentina tenía su nombre, y la tentaba, y la mortificaba y la convertía en malvada. Porque lo engañaba, al bueno, al que la cuidaba. No era culpa masculina, tampoco era individual, así era. Sea quien fuese iba a ser cornudo, no había otra. Era el destino según ella. Y contra eso no hay traba posible, eso le había dicho al padre de su madre. Era inevitable.
La rueda giraba y giraba. Cumpleaños ausentes pero presentes a distancia. Recuerdos, imágenes e ilusiones que los unían.
Él nunca la reemplazó. Siempre estuvo solo. Una vez trató de hacerlo, pero no se lo creía. Yo tampoco. Se llamaba Loli, ja. No, esa soy yo, no podía cumplir dos roles. Estaba destinado al fracaso.
Mientras tanto, el perfume del otro ganaba terreno, hasta llegó a comprarlo. (…)

jueves, 23 de octubre de 2008

Londres

La imagen penetraba en sus pupilas si ellas se esforzaban más de lo cotidiano. Era humo. Aún no podía develarse su procedencia, pero luego de algunos segundos el misterio concluyó. Era un cigarro el culpable de aquella escasa y artificial bruma. Decidida a cambiarle el rumbo a una rutina que la iba consumiendo de a poco como el fuego lo hacía con el tabaco y el papel, había abandonado su hogar para dirigirse a un bar, en soledad.
Durante las cuadras que caminó lo hizo bajo otro tipo de neblina, sensación que le traía a la memoria aquella capital a la que nunca pudo viajar. Esbozó una imperceptible sonrisa, que se acalló con la intromisión de la conciencia. Entonces, se puso a meditar en lo que había conseguido a lo largo de sus, para ella, largos años y en lo que todavía no había alcanzado, secundado por eso que cree nunca llegará.
Sin saber qué rumbo tomó, al mirar a su alrededor el ambiente había mutado: estaba sentada en una silla, mirando hipnóticamente aquel humo. Pero la atracción no provenía de ese gris aireado y airoso, sino de la mano que sostenía al responsable. Pero no lograba avistar el rostro. Así fue como, impedida a ver, se puso a pensar. Y cuestionó los velos que impiden llegar a las esencias. Recordó la niebla que oculta la ciudad, los ropajes del gentío, y los relacionó con el pánico.
Somos máscaras, sólo máscaras. Cuando tropezamos y una de ellas se derrumba, nada ocurre, pues debajo sostenemos otra. Si nos tomáramos al menos unos segundos para recorrer los espacios y rasgáramos con lentitud las paredes de nuestros edificios internos, descubriríamos que es sólo maquillaje. La ciudad adopta la actitud del hombre que la habita, es por eso que se esconde tras las nubes.
Ella lo había comprendido… ¿Y ahora? ¿Qué camino tomar? Dudaba. En “realidad” no creía poder vivir desenmascarada. Entonces, con más ánimo, sacó su labial y se dirigió rumbo al espejo más cercano.

lunes, 20 de octubre de 2008

Mostrame cómo sos

Como una caja fuerte cerrada con un candado para el cual nunca se confeccionó llave. Así somos a veces. Y nos perdemos en una interioridad que termina disolviéndonos en partículas efímeras e impalpables. Por eso, esporádicamente me pregunto: ¿Con qué objeto? ¿No somos en relación a los otros? Es difícil entender los mecanismos por los cuales se desenvuelven los disímiles seres humanos. Hay quienes buscan y tienen la necesidad intrínseca de conectarse siempre con otro, y están aquellos que en medio de la ciudad hacen un esfuerzo atroz por esquivar los cuerpos y las miradas de la muchedumbre.
En fin, no creo en los extremos, aunque sé que a veces los siento. Creo que esa cerradura está hecha para un alguien distinto (piénsenme incrédula, allá ustedes, me vanaglorio de mi ingenuidad. Me mantiene expectantemente esperanzada).
Pero es muy complicado dejarse ser en compañía, si somos maduros y conscientes lo es. Claro que podemos andar por los corredores del tiempo simulando sinceros actos con los otros, pero la verdad se nos desploma en un momento, ese en el cual nos leemos sin prejuicios ni miedos. Y a nuestra edificada personalidad se le derrumba la fachada, y develamos nuestra “realidad” (como lo irán notando con el correr de los signos, esta palabra me genera demasiadas controversias, por eso opto por entrecomillarla).
La vida está hecha para disfrutarla, y como vislumbré hace poco en una película que escarbó con esforzado detenimiento en mis profundidades, la verdadera felicidad no lo es si no es compartida. Entonces, dejame compartirte…dejame entrar…

jueves, 16 de octubre de 2008

Con la Luna iluminando...

(Shakespeare, W. Romeo and Juliet.)

La figura femenina shakespeareana por excelencia (o elección) se refiere al satélite como cosa inconstante, pero tergiversa la "realidad", debido a que la responsable de esta condición resulta ser nuestra percepción, que no logra acapararla en su plenitud la mayoría de las veces, algo que de hecho resulta quimera. Quizá no dependa sólo de ella, pero lo cierto es que la luna sería siempre algo así como lo que se supo ver anoche u hoy por la mañana temprano.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Quiero invitarte a conocer la vida que imaginé

Arriba, aire azul turquí, abajo tierra verde esmeralda. Este paisaje era el que usurpaba sus ojos. Decidida a realizar su primer movimiento, adelanta su pie derecho (por las dudas, no sea cosa que tenga un mal día por cuestiones físicas). Al inhalar, sentía una rejuvenecedora brisa impregnarse en sus adentros, y eso que tenía tan solo 13 años. Pero por cuestiones biográficas, así era. A lo lejos, comienza a escuchar esos ansiados pasos. Baja un poco la cabeza y alisa su vestido. Gira 90 grados y se vislumbra en un gran charco claro. El revoloteo de las alas en la panza comienza a acrecentarse, tal es la velocidad que adquiere, que logra crear un zumbido sórdido y constante.
El ruido comienza a acompañarse de cierta nebulosa imagen, una sombra distante. Pero con el correr de las agujas, la mancha se torna mínimamente perceptible. De forma geoide pasa a masculina.
“¿No? Hey, Julieta, te pregunté algo”, suelta la profesora de Matemática. “¿Sabés o no el valor de Pi?", agrega ante el despiste de la alumna. Se escuchan ruidosas carcajadas de fondo. “No profe. ¡No se olvide que está hablando con la Bovary!” dice un muchachito.
Al escuchar ese apellido, Julieta recupera su mirada y la baja para fijarla en su cuaderno, sonrojada. Y en su cabeza resuena y retumba el apellido de la heroína de Gustave Flaubert. Una vez más, como casi todo el tiempo, había viajado inmóvil. Y lo había inventado, como añoraba, como siempre, como nunca…